Me pregunto por qué al darle una denominación a los ascensores se optó por privilegiar su posibilidad de ascender. Y no la otra que también realiza, que es descender.
Bien pudo llamárselos descensores.
Me parece que ambas acciones son igualmente válidas.
Y me atrevería a decir que la segunda, más emparentada con la salida de determinado sitio tendría una connotación vital más fuerte, en cuanto a lo que “salida” conlleva de supervivencia y libertad, por esta cuestión de que al conducirte hasta la planta baja, te está direccionando a ella.
Este tema de los compartimentos y la búsqueda de las fisuras que suponen las salidas, y me remito al mismísimo Sr. Tomás Abraham al referirse a la “Línea de Fuga” y la necesidad de establecer y detectar “las salidas” que propone su admirado e ilustre filósofo, Gilles Deleuze.
No quisiera abrumarlos, con mi interpretación seguramente errónea. Los filósofos son ellos, así que hagámosla corta, como dicen en mi cuadra. Y convengamos que cualquier nombre le viene bien a un artefacto tan inestable, ciclotímico y con tantos altibajos como es un ascensor.
Manuel-