Todo hombre tiene su precio.
Napoleón Bonaparte lo dijo en un tono irónico,
peyorativo. Actualmente se acepta que esto es así
con total naturalidad.
Algunos, incluso, llegan a pedir que les apliquen
el IVA para venderse en regla. Bien. Legalmente.
La Pereza es la madre de todos los vicios.
De Pérez, en cambio, hombre apocado
y casi pusilánime se sospecha que ni siquiera
sea el padre.
Los últimos
serán los primeros...
en ser alcanzados por las crisis.
Yo y Cachilo, que también estaba loco
y también le gustaba pensar cosas raras.
"Uno puede estar en una reunión social y permanecer en silencio. Muchos llegarían a pensar que uno es un perfecto idiota. También tiene uno la posibilidad de largarse a hablar y despejar todo tipo de dudas."
Groucho Marx
Groucho Marx
jueves, 10 de noviembre de 2011
domingo, 24 de julio de 2011
A propósito del mono
El hombre desciende del mono.
Esto no lo digo yo, claro.
Lo dice Carlitos Darwin, que del asunto sabía un montón.
Tipo precursor, estudioso, culto. Una monada de persona Carlitos.
Lo que yo digo es que la mona desciende del hombre.
El caso concreto de Chita cada vez que se baja de Tarzán. Más puntualmente, esta mona, Chita desciende del hombro del hombre. Casi una redundancia lo de este animalito de dios.
Después está el caso del Monotributo que desciende de la precarización laboral, y que consiste en que un pobre tipo tribute mensuales mangos, que vaya a saber donde se los rebusca porque trabajo no tiene y algunas veces tampoco tiene para comer. Por lo que debe hacerse la del mono. De ahí lo de “Monotributo”.
Está también esto de Monografía, que no se refiere como más de uno supone, a un estudio exclusivo sobre el mono.
Controvertido el caso del monóculo, que me dicen que es un lente para un solo ojo, pero yo estoy seguro que hace referencia a los mandriles, que son esos monos rojos al dorso.
Finalmente podemos referirnos a la monotonía , término que invita a cortarla con el monotemático tema del mono.
Mon…perdón Manuel-
domingo, 20 de marzo de 2011
Los gatos negros

son una prolongación sinuosa de la noche.
Los gatos negros llegan
e instalan su presencia, acrobática
y lunática, al borde de tapiales,
en el filo de azoteas verticales
desde donde el mundo se ve como lo que es.
Los gatos negros se encolumnan
en la cornisa inmemorial del tiempo
y desde ese trazo suspendido en el espacio
semejan el funeral de la vida.
Sólo los gatos negros y nocturnos
están más allá,
arriba, pendiendo de los hilos
que manipula el titiritero
de su ancestro felino,
acechando y saltando su semental camino,
liberando luciérnagas amarillas por la frente,
desflecados de luna, lacios, indiferentes,
fecundando de bigotes
y de ojos circulares el planeta,
de colas verticales
que avanzan como periscopios
abriendo surcos por entre la espuma de la noche.
Los gatos negros conocen el Gran Código,
por eso ronronean fregando sus cabezas altivas
contra la tibieza de las chimeneas que dormitan,
por eso miran somnolientos
con esa beatitud de día feriado,
por eso huelen a pan recién cortado.
Los gatos negros se acurrucan,
después de su maullado amor,
sobre las tejas donde el viento los traza y simboliza.
Luego se duermen, plenos, despojados de toda inquietud,
memorando pasajes del Gran Código. Manuel-
domingo, 2 de enero de 2011
Angelito Negro
Repentinamente, la figura se desgajó del costado del edificio partiendo en dos el cielo de la madrugada marplatense. El cuerpo rebotó contra la vereda y, liberado ya de su pesada carga terrena, llegó hasta una nube baja.
"Anubizó" elásticamente. Se sacudió el smoking. Algo de polvo estelar retornó a la delgada bruma. El recién llegado se acomodó silenciosamente el bombín sobre la calva y completó el atuendo con un bigotazo postizo. Avanzó.
Una cámara lo seguía. Varias veces alargó la palma de la mano con la manifiesta intención de neutralizar el objetivo. Le molestaba que se lo registrara en el cielo, de que siempre había descreído. Observaba cauteloso. De pronto una estridente melodía jinglera lo sobresaltó. Delante suyo, bajo un imponente pórtico, se proyectaba un comercial de llaves Acytra prologando la imponente presencia de San Pedro, en vivo y en directo.
-¿De donde vienes? – interrogó el santo, desde la cumbre de su túnica.
-De Rosario- respondió el hombrecito. Pensó en agregar algo más, pero decidió que aquello era suficiente. Pronto comprobó que estaba en lo cierto.
-Rosario, ciudad de pescadores. Como yo. Pero también de artistas, oportunistas, tahúres, bebedores, coimeros, subversivos y de mujeres diseñadas por Satán. Malo, hijo, malo. ¿Qué hacías allí?
- Era acróbata en Newell’s. Solía hacerle cosquillas a los pilares cuando armábamos torres. Para verlos venirse en banda, ¿vio?. Además vendía entrada de “claque” en el Comedia. ¡ Había que hacer número en los espectáculos berretas!
El ex pescador metido a portero hizo un gesto de desaprobación. El hombrecito sintió la garganta reseca. El otro pareció adivinarlo.
-¿quieres agua?- ofreció.
-No, agua no. Tengo sed.
-Comprendo: eres un alcohólico.
-No, eso no… pero… bueno… digamos que me…, a veces, me tomaba todo. Esta noche, por ejemplo (sonrió deslumbrado, las pupilas destellantes), ¡con la Negra nos clavamos seis botellas de champagne!- dijo sacando pecho y llevándose las manos a la cintura.
-También tu vida afectiva es un vivo desp…desorden, por lo que veo.
-No crea. Al contrario, muy estable. Muchas relaciones estables tuve. Créame, hijos en todas. Separaciones prolijas. Les dejaba los departamentos, manutención para los pibes. Todo bien, ¿no?. Tranqui.
-¡Tranquí, de acá- dijo San Pedro, ya influenciado por el visitante. -¡Bien, Minga!- agregó. -¡Todo mal! ¡has sido una calamidad en tu estada terrenal y no tienes posibilidad alguna de permanecer aquí… a menos que me demuestres que mereces el cielo- concedió, de última, el bueno de Peter, recomponiendo su áurea ladeada por la calentura. –¡Algo positivo tendrás para exhibir, ¿no crees?!
-Bueno, usted sabe, quiero decir que debe… conocer…mi país… las cosas que pasan, lo que hay que bancar allí . Usted me entiende, ¿no?...
Bueno, yo… y le digo que agarré una época jodida ¿no?, en la que los líderes políticos, los dirigentes competían descaradamente con nosotros, los soyapas… y resulta que yo, igualmente pude… digo le di… algo de alegría a mi pueblo.
Arrastrando las sandalias, tintineando metálicamente al moverse, San Pedro, resignado, le franqueó la entrada.
El negro dio un nervioso pasito, le tomó el prominente abdomen, lo besó en la tersa y barbada mejilla y luego ingresó al cielo. Lo hizo con la certeza de que debería recurrir a todas sus dotes histriónicas para cambiar la pálida onda de aquel sitio.
San Pedro le leyó el pensamiento, tuvo deseos de oprimir el eyector y dispararlo al infierno sin escala y sin preaviso. Un grupo de querubines observaban cuchicheantes. Algunos de ellos, liberando un fluido prístino, impoluto, carente incluso de humo, se meaban de la risa.
San Pedro, que mantenía el control remoto apuntando a la espalda del inquieto y atrevido sujeto, alcanzo a recordar aquel humilde y desmesurado: “le di algo de alegría a mi pueblo”, y se contuvo. Soltó el pulsador, y ya totalmente influenciado de Olmedismo, se dijo: ¡no toca botón!.
Manuel-
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